sábado, 30 de diciembre de 2017

Una prueba más de la arbitrariedad de Santa Claus

Como prueba de la arbitrariedad de Santa Claus, este año en el que me porté tan mal protestando contra el narcogobierno, a mí de todas formas me trajo en diciembre uno de los más bellos regalos que yo pueda recibir. No me lo merecía, sobre todo si tomamos en cuenta que a principios del año incluí en el término “narcogobierno”, al candidato de Morena, por su complicidad con un asesor de Trump y por su apoyo a la candidatura de Aguirre (con lo que me gané cantidad de epítetos y calumnias… aunque al final de año hasta Poniatowska y Jesusa terminaron haciendo lo mismo que yo: levantarle un letrero en protesta al Mesías por su asociación con criminales, y a ellas nadie las toca ni con el pétalo de un clavel).
Pero Santa Claus llegó a mi chimenea de todas maneras, soltó una carcajadota, y me trajo uno de los más lindos e inesperados obsequios que yo pueda recibir.
Desde España, llegó a estas frías tierras un lector que detesta a Arturo Pérez-Reverte tanto como yo, y por las mismas razones, pero dos generaciones después que yo y en versión castellana, o mejor dicho, catalana. Pues resulta que, así como a nosotras las mexicas Pérez-Reverte nos insulta glorificando al narco y retratándonos como putas o narcas ficticias, las y los españoles instruidos y progresistas —en especial catalanes y vascos—, tienen razones para repudiar Las aventuras del capitán Alatriste por ser una alabanza seriada a la monarquía de España mal llamada “unificación” y a la continuidad de su reino imperial. Le conté a mi amigo que, además, el nombre de su personaje, “Alatriste”, es en honor a su amigo y editor mexicano, el gángster plagiario Sealtiel Alatriste.
Mi amigo lector y yo nos miramos como almas afines. No pude recibir mejor cobijo en este invierno, a diez grados bajo cero y rodeada de desalmados en Nueva York. Conocer a alguien que llega desde el otro lado de un océano a decirte que te entiende y ha vivido lo mismo que tú a distancias kilométricas, gracias al poder de la lectura, no de artículos de opinión sino de esos objetos  en decadencia llamados “libros”  es un privilegio insospechado que sólo nos ganamos las y los rebeldes, es decir, los que ponemos atención. Los demás, siguen aplaudiendo a los escritores de la continuidad y la imposición.

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